Es frecuente pensar que la ciencia es, de alguna
manera, “enemiga” de la religión.
Un ejemplo son los debates sobre la evolución que se
han dado en Kansas y otros estados de la Unión Americana. Quienes exigen que
junto con la teoría darwiniana se enseñen concepciones religiosas, como el
creacionismo o el llamado “diseño inteligente”, esgrimen el argumento de que no
se debería excluir a la religión del salón de clases.
Quizá tengan razón. Sin embargo, tampoco hay motivo
para permitir que la religión entre en la clase de ciencias, ni forme parte de
un sistema de enseñanza si las leyes lo definen comolaico (según el
diccionario, “independiente de cualquier organización o confesión religiosa”).
Esto no quiere decir que la ciencia se oponga a la
enseñanza religiosa. Simplemente, intenta evitar que el pensamiento religioso
se confunda con el científico. Se vuelve interesante, entonces, examinar las
causas por las que vale la pena mantener clara esta distinción:
Mientras que la religión se basa en conocimiento
revelado, recibido directamente de la divinidad, por medios que no pueden
expresarse a través de la razón (el creyente sabe que sabe, aunque no sepa cómo
lo sabe), la ciencia produce conocimiento sobre la naturaleza, y para ello se
basa en la observación, la experimentación, la discusión y el razonamiento
lógico (el científico cree saber, aunque sí sabe por qué cree lo que cree).
Aunque las religiones pueden cambiar, su naturaleza
revelada les impide evolucionar, en el sentido en que sí lo hace la ciencia:
encontrando explicaciones nuevas y mejores que continuamente sustituyen a las
antiguas. Los dogmas religiosos, en cambio, son verdades eternas que no pueden
ser refutadas.
Mientras que la religión se basa en la fe (creer en
algo sin necesidad de pruebas), en ciencia el escepticismo es un valor central:
para aceptar algo, se requieren necesariamente pruebas convincentes. Por ello
una educación científica, que fomenta el escepticismo, puede chocar con la
formación religiosa, que valora y promueve la fe.
Finalmente, mientras que la ciencia se limita a
estudiar el mundo natural, la religión abarca no sólo el mundo físico, sino
también el de lo espiritual. Para fines científicos, no hay razón para suponer
que exista nada más allá del mundo físico; la ciencia es, por
necesidad,naturalista, y de entrada desecha cualquier suposición que involucre
fenómenos sobre-naturales.
En realidad, ciencia y religión no son enemigas,
aunque sí son distintas y quizá, en gran medida, incompatibles. Lo cual no
quiere decir que una busque eliminar a la otra. Después de todo, tampoco el
arte ni el amor son, afortunadamente, explicables desde un punto de vista
racional y científico
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